viernes, 15 de septiembre de 2017

Bioética: Dominar el Dominio

DOMINAR EL DOMINIO
A veces se ha acusado a los seguidores de la Biblia, tanto judíos como cristianos, de haber contribuido de forma dramática al deterioro del medio ambiente. Se dice que nos hemos tomado tan en serio el mandato divino de “dominar la tierra” que hemos terminado por explotarla sin consideración alguna.
Frente a esa acusación, hay que repetir que el mandato bíblico de "dominar la tierra" no significa una licencia absoluta para el expolio de la naturaleza. El ser humano ha sido creado “a imagen y semejanza de Dios” (Gén 1,26-27). Es el visir y vicario de Dios. A él ha sido confiado el cuidado respetuoso del jardín de la creación.
En cuanto seres humanos, nos hemos habituado durante milenios a dominar el mundo, como si fuera de nuestra propiedad. En cuanto creyentes, hemos de aprender a dominar nuestro propio afán de dominio.
El respeto hacia el mundo creado debe convertirse en objeto de la reflexión moral, de la educación y de la espiritualidad. No hay que añadir una nueva lección sobre el respeto al mundo y a la vida. Hay que procurar que el amor a la vida y el cuidado por los vivientes y su hogar impregnen toda la reflexión y la catequesis sobre la virtud.
En su mensaje para la Jornada de la paz de 1990, Juan Pablo II afirmaba que "la austeridad, la templanza, la autodisciplina y el espíritu de sacrificio deben conformar la vida de cada día". No se trata de promover la austeridad por sí misma. Se trata de no imponer más cruces sobre los hombros humanos: "a fin de que la mayoría no tenga que sufrir las consecuencias negativas de la negligencia de unos pocos".
Los ecologistas propugnan la necesidad de cambiar de paradigma. En su encíclica sobre el cuidado de la casa común, publicada el 24 de mayo de 2015, también el papa Francisco ha escrito que “Muchas cosas tienen que reorientar su rumbo, pero ante todo la humanidad necesita cambiar”       (LS 202).
Y más adelante añade: “No pensamos solo en la posibilidad de terribles fenómenos climáticos o en grandes desastres naturales, sino también en catástrofes derivadas de crisis sociales. La obsesión por un estilo de vida consumista, sobre todo cuando solo unos pocos pueden sostenerlo, solo podrá provocar violencia y destrucción recíproca” (LS 204). 
El hombre es la única criatura capaz de preocuparse por las diversas especies. Por eso mismo le corresponde la tarea de proteger el equilibrio global de la tierra. Él ha de programar una auténtica "ecología humana". Creyentes y nos creyentes hemos de pensar qué significa ser humanos y cuál es nuestra responsabilidad en el mundo.
Los cristianos hemos de ver qué nos exige hoy creer en un Dios creador. Y hemos de considerar las consecuencias del mandato del amor, que Jesús nos dejó como santo y seña de nuestra identidad. La responsabilidad ecológica brota de la fe, de la esperanza y de la caridad.
José-Román Flecha Andrés
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